Han Shan - El himno del portaestandarte


Han Shan -  El himno del portaestandarte


Desde los días cuando Da Hui revivió los métodos de Lin Ji y trasmitió su Doctrina Chan en la Cueva del Dharma en la Montaña de Jin Shan, cada generación nueva que recibió la Doctrina desarrolló y elevó nuestra secta hasta las alturas reverdecidas de los logros. Tristemente, esta gran tradición ha declinado. El camino a la Cueva del Dharma se ha llenado de matojos y yerbas malas y está ahora escondido a la vista.

Aquellos que practican el Chan deben unirse en la espesura, lejos de la guía de Da Hui. Sin un maestro, ellos caen en el error. Muchos piensan que su primera experiencia de iluminación les ha traído la seguridad hasta el final de la lucha. No teniendo Maestro para corregir esta suposición, ellos persisten en mirar esta sola experiencia como la corona de sus logros. No removerá su corona para inclinarse al Dharma. Pero una sola experiencia no es una corona, es un chiste. ¡Por lo tanto un poco de conocimiento es muy peligroso cuando éste atrae al creyente hacia la servidumbre de la ignorancia! Verdaderamente se dice que es más fácil caminar sobre un terreno espinoso que virar la cara para no ver la luz de la luna.

Aquellos que logran el éxito a través de los destellos luminosos de la oportunidad no pueden reclamarle a la sabiduría. El discernimiento ganado llega a ser un juguete, una sombra diminuta para jugar con ella en la memoria. Ellos cesan de practicar, no encontrando necesidad para eso. En su descanso, caen en los caminos mundanos, llamando a otros para que los sigan.

Para corregir su error, prevenirlos del peligro e inducirlos a que se mantengan firmes en la persecución de esa meta distante y esa verdad, he escrito El Himno del Portaestandarte:

¡Ruin! ¡Anunciador Falso! ¡Mentiroso y Padre de Mentiras! Ese gran estandarte pesa tanto en tus brazos que no puedes ni pensar, pero continuas sosteniéndolo. Ni siquiera has notado los grilletes en tus tobillos.

Luchas por un momento de claridad; pero cuando llegas ahí, anuncias tu llegada con una banderola tan grande que no puedes ver lo que hay frente a ti. Consecuentemente otras personas pueden ver tu proclama, pero obstruyes tu propia visión.

Todo lo que puedes ver es la parte vacía de atrás. En su vacío tu imaginación dibuja miles de cosas. Diseñas un edificio y piensas que estás caminando hacia el palacio de Deva. Ves relámpagos en un cielo claro. Ya sea que tus ojos estén abiertos o cerrados, no ves nada sino ilusión.

¡Suelta tu estandarte! ¡Estás cargando un renacuajo podrido! ¡No puedes vender ojos de pescados por perlas!

Ese banderín es un yugo en tu cuello. Estás preso y no llegarás a ninguna parte hasta que te liberes a ti mismo de esas ataduras que te aprisionan.

Una vez que estés libre, puedes seguir un buen camino. El camino es fácil y tan simple y nivelado como el platillo de la balanza. No te detengas a entretenerte en el camino y no entres en ningún momento y de ninguna forma en la Ciudad Imperial.

¡Sigue caminando! ¡Continúa! Tus piernas te llevarán. No necesitas renacer como caballo, camello o burro.

¡Suelta ese estandarte pesado! Es una vela abierta que obedece al viento. Tienes que poner toda tu energía en controlarla.

Es un espejo inmenso que solamente refleja las cosas mundanas. Suéltalo y destruye la gran tierra, las montañas y los ríos. En pedazos rotos encontrarás también a tu Yo Búdico. Entonces, cuando mires otra vez, todas las piezas reflejarán ese Yo, una imagen producida infinitamente. Busca al Infinito y dirige tu espalda hacia el Portón de la Muerte.


En Autobiografía y máximas del maestro Han Shan