En el siglo XIV a.JC, el faraón Amnofis IV (Akenatón) intentó imponer a Egipto el culto exclusivo de Atón, el disco solar divinizado, mirado como principio fundamental de todas las cosas. Su himno a Atón revela un gran sentimiento de la naturaleza. El autor del salmo 104 parece haberlo conocido y en parte imitado para cantar a Yavé como creador universal.
¡Tú irradias belleza en el horizonte del cielo,
oh Sol viviente, que viviste desde el origen!
Cuando te levantas en el horizonte oriental,
llena todo el país de tu hermosura…
Cuando te acuestas en el horizonte occidental,
la tierra queda en sombras como las de la muerte…
Todos los leones salen de su madriguera,
todas las serpientes se lanzan a morder.
Todo está oscuro, la tierra en el silencio,
porque quien lo hace todo descansa en su horizonte.
Al alba, cuando te levantas en el horizonte,
cuando luces durante el día en tu calidad de Sol,
cuando expulsas la oscuridad y lanzas tus rayos,
los dos Países se despiertan, gozosos, y se ponen de pie;
la causa de ti se lavan los cuerpos, se ponen los vestidos,
los brazos se abren para adorar tu esplendor,
la tierra entera se dedica a su trabajo.
Todos los ganados se regocijan en su provisión;
reverdecen los árboles y las plantas;
las aves que vuelan fuera del nido
abren sus alas adorándote.
Los corderos saltan sobre sus pies.
Todo cuanto agita las alas y revolotea,
todo vive porque tú te levantaste para ellos…
¡Cuán numerosas son tus obras, ocultas a nuestra vista!
¡Único Dios, que no tienes semejante!
Tú creaste la tierra según tu corazón, cuando estabas solo:
hombres, ganados, bestias feroces,
todo cuanto camina en la tierra sobre sus patas,
todo cuanto vuela en el cielo con sus alas…
La tierra llegó a su existencia por tu mano,
según Tú lo quieres;
te levantas, y los seres viven;
te acuestas, y mueren.
Tú eres la medida de la vida,
porque sólo se vive por ti.
Los ojos contemplan tu belleza hasta que te acuestas,
y todo trabajo cesa cuando te acuestas en el horizonte…
Esta adoración del Creador sería digna de figurar en la poesía bíblica, si no fuera por la confusión que supone entre el Creador y el Sol personificado. La imitación del salmista permanece a un nivel puramente literario
Extraído de Pierre Grelot, Introducción a los libros sagrados, Buenos Aires, Editorial Stella, 1965
Versión castellana de Carlos E. Olivera Lahore y Ramón Edmundo Odiard f.s.c.
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