El Camino consiste en enderezarse a sí mismo y esperar la dirección del destino. Cuando va a llegar un momento, no puedes salir afuera a saludarlo y traerlo hacia ti; cuando un momento va a abandonarnos, no puedes detenerlo y hacerlo regresar. Por ello, los sabios no son ni ambiciosos ni apocados.
Yo flui con el tiempo durante tres años; cuando el tiempo se fue, yo me fui; cuando me había ido durante tres años, el tiempo estaba ahí y yo lo seguí. Cuando ni rechazaba nada ni estaba atado a nada, estuve en el lugar correcto, en el centro.
El Camino del Cielo no tiene parientes; sólo se asocia con la virtud. Cuando el logro de la fortuna no es el efecto de la propia ambición, uno no está orgulloso de sus logros. Cuando el que ocurran calamidades no es obra de uno, no se lamentan las propias acciones. Cuando la mente interior está en calma y tranquila, no sobrecarga sus poderes.
Si uno no se asusta cuando ladran los perros, uno tiene confianza en la veracidad de la propia condición, sin que nada esté fuera de lugar.
Por ello, quienes realizan el Camino no están confusos, quienes conocen el destino no están preocupados.
Cuando mueren los emperadores, sus cadáveres son enterrados en los campos, pero son conmemorados en la sala ceremonial de la luz; esto muestra que el espíritu es más precioso que el cuerpo. Por ello, cuando el espíritu lo controla, el cuerpo obedece; cuando el cuerpo lo supera, el espíritu se agota. Aunque pueda utilizarse el brillo intelectual, debe retornarse al espíritu, a esto se le llama gran maestría.
Wen Tzu, capítulo 6