Cuando el Rey Salomón "penetró en las profundidades del jardín de las nueces", como está escrito, "descendí al jardín de las nueces" [Canto 6: II], tomó una cáscara de nuez y, al estudiarla, vio una analogía entre sus capas y los espíritus que motivan los deseos sensuales de los humanos, como está escrito, "y los placeres de los hijos de los hombres [son de] demonios machos y hembras" [Ecles. 2:8].
El Ser Supremo, bendito sea, consideró necesario poner en el mundo todas estas cosas para asegurar la permanencia y la posesión, por así decido, de un cerebro rodeado de numerosas membranas. El mundo entero, superior e inferior, está organizado de acuerdo con este principio, desde el centro místico primigenio hasta la más exterior de todas las capas. Todas son una para la otra, cerebro dentro de cerebro, espíritu en espíritu, cáscara dentro de cáscara.
El centro primigenio es la luz más interior, de una transparencia, sutileza y pureza más allá de cualquier comprensión. Ese punto interior en expansión se convierte en un "palacio" con salas que delimitan el centro y es tan radiante que su luz va más allá del poder del conocimiento.
La "vestidura" del "palacio", del punto interior incognocible, al tiempo que constituye un destello incognocible en sí mismo, es, no obstante, de una sutileza y translucidez menores que el centro primigenio. El "palacio" se esparce en una "vestidura" para sí mismo, la luz primordial. De ahí hacia afuera se va extendiendo; existe en cada extensión que se sobrepone a otra extensión, y cada una constituye una vestidura para la anterior, como una membrana lo hace respecto del cerebro. Aunque es membrana primero, cada extensión se hace cerebro en la extensión que la sigue.
De igual modo, el proceso continúa abajo y, una vez establecido, el hombre en el mundo combina cerebro y membrana, espíritu y cuerpo, todo en pro del más perfecto ordenamiento del mundo. Cuando la luna y el sol estuvieron en conjunción, ella era luminosa; pero cuando ella se separó del sol y gobernó sus propias legiones, su estado y su luz se redujeron, y se hizo capa tras capa para investir al cerebro, y todo fue por su bien.
El Ser Supremo, bendito sea, consideró necesario poner en el mundo todas estas cosas para asegurar la permanencia y la posesión, por así decido, de un cerebro rodeado de numerosas membranas. El mundo entero, superior e inferior, está organizado de acuerdo con este principio, desde el centro místico primigenio hasta la más exterior de todas las capas. Todas son una para la otra, cerebro dentro de cerebro, espíritu en espíritu, cáscara dentro de cáscara.
El centro primigenio es la luz más interior, de una transparencia, sutileza y pureza más allá de cualquier comprensión. Ese punto interior en expansión se convierte en un "palacio" con salas que delimitan el centro y es tan radiante que su luz va más allá del poder del conocimiento.
La "vestidura" del "palacio", del punto interior incognocible, al tiempo que constituye un destello incognocible en sí mismo, es, no obstante, de una sutileza y translucidez menores que el centro primigenio. El "palacio" se esparce en una "vestidura" para sí mismo, la luz primordial. De ahí hacia afuera se va extendiendo; existe en cada extensión que se sobrepone a otra extensión, y cada una constituye una vestidura para la anterior, como una membrana lo hace respecto del cerebro. Aunque es membrana primero, cada extensión se hace cerebro en la extensión que la sigue.
De igual modo, el proceso continúa abajo y, una vez establecido, el hombre en el mundo combina cerebro y membrana, espíritu y cuerpo, todo en pro del más perfecto ordenamiento del mundo. Cuando la luna y el sol estuvieron en conjunción, ella era luminosa; pero cuando ella se separó del sol y gobernó sus propias legiones, su estado y su luz se redujeron, y se hizo capa tras capa para investir al cerebro, y todo fue por su bien.
El Zohar - El libro del esplendor
Selección y edición de Gershom Scholem
Traducción de Pura López Colomé