La mujer de Zhuang zi había muerto, y Hui zi fue a visitarle por mostrarle su condolencia. Halló a Zhuang zi acuclillado en postura de harnero; estaba cantando al tiempo que golpeaba rítmicamente una jofaina.
—«Habéis pasado vuestra vida con ella —le dijo Hui zi—, ha criado a vuestros hijos, y ahora, ya anciana, ha muerto; ya está bien que no la lloréis, pero que por demás os deis a cantar tocando la jofaina, ¿no se os antoja un exceso que no tiene nombre?».
—«No es como decís —dijo Zhuang zi—. En el momento en que murió, ¿cómo hubiera podido yo no sentir dolor? Mas paré mientes en que al principio, en su origen ella no tenía vida; y no sólo que no tenía vida, pero que tampoco tenía forma; y no sólo no existía su forma, sino que tampoco su energía vital. En medio de la nebulosa confusión primera se produjo una transformación y apareció la energía primordial; mudó ésta, y se hizo forma; mudó la forma y se tomó en vida. Ahora es la vida la que se ha tomado en muerte. Es como el sucederse de las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño, invierno. Cuando ella ahora reposa tranquila en la Gran Mansión, si yo gimiera y sollozara amargamente, para mí que no había comprendido la razón de la vida. Por eso ya no lloro».