De pronto
el maestro Yü enfermó. El maestro Ssu fue a preguntar cómo estaba.
—
¡Sorprendente! —dijo el maestro Yü—. ¡El Creador me está torciendo todo así! Mi
espalda se levanta como una joroba y mis órganos vitales están encima de mí. Mi
mentón se esconde en mi ombligo, mis hombros se alzan sobre mi cabeza, y mi
coleta señala al cielo. ¡Tiene que ser una dislocación del yin y el yang!
Sin embargo
parecía calmado en su corazón y nada preocupado. Arrastrándose hasta el aljibe,
miró su reflejo y dijo: — ¡Ay, ay, ay! ¡Así que el Creador me está torciendo
todo de esta forma!
—¿Lo
lamentas? —preguntó el maestro Ssu.
— Claro que
no, ¿por qué habría de hacerlo? Si el proceso continúa, quizás con el tiempo transformará
mi brazo izquierdo en un gallo. En ese caso me mantendré en guardia por la
noche. O quizás con el tiempo transformará mi brazo derecho en la bala de una
ballesta y derribaré una lechuza para asarla. O quizás con el tiempo
transformará mis nalgas en ruedas de carro. ¿Qué necesidad de un carro volveré
a tener jamás?
Recibí la
vida porque había llegado el momento; la perderé porque el orden de las cosas
sigue adelante. Conténtate con este tiempo y habita en este orden y entonces ni
la tristeza ni la alegría podrán tocarte. En los tiempos antiguos esto se
llamaba ‘liberarse de los lazos’. Están aquellos que no pueden liberarse porque
están atados por las cosas. Pero nada puede ganarle nunca al Cielo; así es como
siempre ha sido. ¿Qué debería lamentar?
***
De pronto
el maestro Lai se enfermó. Yacía casi a punto de morir, jadeante y resollando.
Su esposa e hijos lo rodearon en un círculo y comenzaron a llorar. El maestro
Li, que había venido a preguntar cómo estaba, les dijo: — ¡Fuera! ¡Lejos! ¡No
perturbéis el proceso del cambio!
Luego se
reclinó contra el umbral de la puerta y habló con el maestro Lai.
— ¡Qué
maravilloso es el Creador! ¿Qué hará de ti a continuación? ¿Dónde te enviará?
¿Te convertirá en el hígado de una rata? ¿Te convertirá en la pata de un
escarabajo?
El maestro
Lai repuso: — Un niño, obedeciendo a su padre y a su madre, va dondequiera que
le digan, al este o al oeste, al norte o al sur. Y el yin y el yang, ¡cuánto
más son para el hombre que su padre y su madre! Ahora que me han traído hasta
el borde de la muerte, si me negara a obedecerles, ¡qué perverso sería! ¿Qué
culpa tienen ellos? El Gran Terrón me carga con una forma, me sobrecarga con
vida, me aliviana en la vejez, y me da descanso en la muerte. Entonces si
pienso bien de mi vida, por la misma razón debo pensar bien de mi muerte.
Cuando un herrero hábil está fundiendo metal, si el metal saltara y dijera:
‘¡Insisto en que me conviertas en Mo-yeh!, sería seguramente considerado como
un metal muy poco auspicioso. Ahora, habiendo tenido la audacia de cobrar forma
humana una vez, si dijera, ‘¡No quiero ser otra cosa que no sea un hombre!
¡Nada que no sea un hombre!’, el Creador seguramente me consideraría una
persona muy poco auspiciosa. Así que ahora pienso en el cielo y la tierra como
en un gran horno, y en el Creador como en un hábil herrero. ¿Dónde podría enviarme
que no estuviera bien? Me dormiré en paz, y luego con un sobresalto me
despertaré.
Zhuang Zi – Capítulo VI