Zhuang Zi - Capítulos interiores 5

Capítulo V
SIGNOS DE ÍNTEGRA VIRTUD

I

Wang Tai, el cojo, vivía en el país de Lu.
Tenía tantos discípulos como Confuncio.
Chang Ji preguntó a este último:
«A Wang Tai, aunque cojo,
le siguen la mitad de los habitantes de Lu.
De pie, no enseña nada;
Sentado, no debate.
Sin embargo, los que están vacíos
Van hacia él y vuelven llenos.
¿Es que posee el arte de enseñar sin palabras,
o un medio invisible para labrar el corazón?
¿Qué clase de hombre es éste?».

«Este hombre es un Santo - respondió Confucio -.
Tan sólo he aplazado mi visita.
Pero si yo mismo debiera tenerle por maestro,
¡cuánto más los que no están a mi altura!
¡No sólo al país de Lu,
sino que llevaría hasta él al mundo entero!».

«Si este cojo os supera, Maestro - replicó Chang Ji -,
debe ser un hombre extraordinario.
El corazón de un hombre así
¿en qué se diferencia de los otros?».

«Vida y muerte son para él igual en importancia:
en nada le afectan - dijo Confucio -.
Aunque Cielo y Tierra se desplomen,
él permanece intacto.
Discierne la verdad sin distraerse con las cosas,
se adapta a sus transformaciones:
se acoge a su Principio Ancestral».

«¿Qué quieres decir?» - preguntó Chang Ji.

«Si se miran las cosas desde su diferencia,
entre hígado y vesícula hay una distancia tan grande
como entre el país de Yue y el de Chu.
Pero si se miran las cosas desde su identidad,
los Diez Mil Seres son Uno.
Un hombre así ignora la distinción
entre el oído y la vista, y su corazón
se baña en la armonía de la Virtud.
Desde la Unidad,
no existe la pérdida.
Mira su propia pierna perdida
como si fuera un montón de tierra abandonada».

«No hace más que labrar su perfección - dijo Chang Ji -.

A través de su inteligencia, accede a su corazón;
a través de su corazón, accede al corazón inmutable.
Pero ¿por qué tantos seres afluyen a él?».

«El hombre no utiliza como espejo el agua que corre,
sino el agua que duerme - dijo Confucio -.
Sólo la calma puede calmarlo todo.
Investidos del Decreto Terrestre
sólo el pino y el ciprés, libres,
yerguen su rectitud.
Tanto invierno como verano:
siempre el rnismo verdor.
Investidos del Decreto Celeste,
sólo Shun y Yao, libres,
por encima de los Diez Mil Seres,
alcanzaron la perfección.
El dichoso capaz de rectificar su propia naturaleza
puede rectificar la de los otros.
No hay temor para el que sigue el rastro del origen.
Un soldado valiente afronta él solo
una batalla contra nueve ejércitos:
si un hombre es capaz de esto por la fama,
¡cuánto más el que gobierna Cielo y Tierra
acogiendo en su seno a los Diez Mil Seres!
El que habita su cuerpo como efímera morada,
sabiendo que sus ojos, sus oídos,
sólo perciben apariencias;
el que sólo conoce la Unidad
y en cuyo corazón la muerte ya no existe;
un día, él amanecerá en el mundo
y el mundo le seguirá.
¿De qué le serviría preocuparse de los hombres?».



II

Shen Tujia, el amputado,
y Zichan, primer ministro de Zheng,
tenían ambos por maestro a Bohun Nadie.

«Si yo salgo primero, tú esperas
- le dijo Zichan al cojo -.
Si tú sales primero, esperaré yo».

Al día siguiente se encontraron en la misma sala,
sentados los dos sobre la misma estera.

«Si yo salgo primero - repitió Zichan -, tú esperas.
Si tú sales primero, esperaré yo.
Si yo saliera ahora mismo, ¿esperarías o no?
¿Pero es que no vas a apartarte cuando ves frente a ti a un primer ministro?
¿Acaso te consideras mi igual?».

«En casa del Maestro - replicó Shen Tujia -
¿existen primeros ministros?
Parece que te precias tanto de serlo,
que das la espalda a los demás.
He oído decir lo siguiente:
"Si tu espejo brilla, el polvo no se adhiere a él.
Pero si el polvo se adhiere, es porque tu espejo no brilla.
Estando largo tiempo en compañía de un Sabio
no deben cometerse errores".
La grandeza que posees viene de nuestro Maestro.
Hablar así de esta manera ¿no es cometer un error?».

«Tal como eres, pareces querer competir
con Yao, el virtuoso - dijo Zichan -.
¿Es que no hay suficiente Virtud en ti
como para mirarte honestamente a ti mismo?».

«Numerosos son los que exhiben sus faltas
y juzgan sus pérdidas inmerecidas,
pero pocos son los que no las exhiben
y las juzgan merecidas - respondió Shen Tujia -.
Sólo el hombre de Virtud conoce lo ineluctable
y sigue el Decreto del Cielo.
Quien pasa delante del arquero Yi
es alcanzado por su flecha;
quien escapa, se lo debe al Decreto.
Muchos son los hombres con dos pies
que se ríen de mí por estar cojo.
Antes, sentía una cólera terrible.
Ahora, desde que vengo a casa del Maestro,
mi furia ha desaparecido y me he encontrado a mí mismo.
¿Me habrá purificado el Maestro con su bondad?
Durante diecinueve años he estado en su compañía,
pero jamás ha advertido mi cojera.
Ambos deberíamos habitar el interior del cuerpo.
Pero tú quieres sacarme al exterior.
¿No es eso un error?».

«No hablemos más», dijo Zichan confuso,
cambiando de actitud.


III

En el país de Lu
había un cojo llamado Sushan, el Sin-dedos.
Cojeando sobre su talón,
fue a ver a Confucio y éste le dijo:

«Por falta de prudencia, tus errores cometidos
te han puesto en este triste estado.
¿Qué es lo que esperas viniendo a mí?».

«Por descuido y por tratar mi cuerpo a la ligera,
he perdido los dedos de un pie - respondió el Sin-dedos -.
Pero hoy vengo a ti
porque hay algo que estimo más que mis pies
y deseo conservarlo intacto.
No hay nada que el Cielo no cubra
ni nada que la Tierra no sostenga.
Señor, yo te considero mi Cielo y mi Tierra,
¿por qué me tratas de este modo?».

Confucio le contestó:
«Me he portado como un ignorante.
¿Por qué no entras, Maestro,
y me instruyes con tus conocimientos?»

Y el Sin-dedos se fue.

«Discípulos, ¡a trabajar duro! - dijo Confucio -
porque si el Sin-dedos se entrega al estudio
para rectificar sus errores,
icuánto más deberían hacerlo
los hombres de íntegra Virtud!».

El Sin-dedos preguntó a Lao Dan:
«¿Confucio aún no es un hombre perfecto?
¿Por qué se molesta en venir a ti
para seguir tus enseñanzas?
Él, que sólo busca tener fama
de hombre único y extraordinario,
¿ignora acaso que para el Hombre Supremo
la fama y el renombre son cadenas?».

«¿Por qué no le has mostrado tú mismo - dijo Lao Dan -
que la vida y la muerte se entretejen,
que lo admisible y lo inadmisible penden del mismo hilo?
¿Podrá liberarse algún día de sus cadenas?».

«Siendo castigo del Cielo - replicó el Sin-dedos -,
¿cómo podría librarse?».


IV

El duque Ai del país de Lu preguntó a Confucio:
«En el país de Wei vivía un hombre muy feo
llamado Tuo el Feo.
Los que vivían a su alrededor,
fascinados por él, ya no podían apartarse.
Las mujeres que le conocían decían a sus padres:
"Prefiero ser su concubina que la esposa de otro".
Así, ya tenía más de una decena de ellas
que no cesaban de solicitarle.
Nunca llevaba la voz cantante y se acomodaba a los demás.
No tenía ni poder para salvar a un hombre de la muerte,
ni beneficios para socorrer a un hambriento,
y su fealdad asustaba a todo el mundo.
Conciliador y no instigador,
su saber se constreñía a su territorio,
pero mujeres y hombres iban atraídos hacia él.
Este hombre debía tener algo extraordinario.
Así que le llamé para observarle.
Efectivamente su fealdad podía estremecer al mundo entero.
En menos de un mes en su compañía,
ya me di cuenta de la clase de hombre que era,
y en menos de un año,
ya había puesto en él toda mi confianza.
Cuando mi país se quedó sin ministro,
lo nombré a él para el cargo.
Indeciso, acabó por aceptar
con un sí tan frío, tan indiferente,
que parecía rehusar.
A pesar de mi turbación,
finalmente le confié el país.
Poco después me abandonó y se fue.
Quedé muy triste y afectado por esta gran pérdida,
como si ya no hubiera nadie más
con quien compartir mis esperanzas.
¿Qué clase de hombre era éste?».

Y Confucio respondió:
«Un día que yo iba en misión a Chu,
vi unos cerditos que aún se amamantaban
de su madre muerta.
De repente la miraron asustados y huyeron.
Ella ya no los miraba como antes.
Ya no era como ellos.
Lo que amaban en ella no era su cuerpo
sino lo que a su cuerpo animaba.
Un hombre muerto en la batalla
ya no requiere de funerales rituales.
Un hombre con una pierna amputada
ya no necesita de sandalias.
En sendos casos, se ha perdido el fundamento.
Las concubinas del Hijo del Cielo
no se cortan las uñas ni se horadan las orejas.
El recién casado vive fuera del palacio
y ninguna misión le es asignada.
Si los hombres íntegros en su cuerpo
pueden obrar así,
¡cuánto más los hombres íntegros en Virtud!
Ahora, Tuo el Feo, sin decir palabra,
inspira confianza; sin hacer nada,
suscita intimidad.
Todos quieren confiarle su gobierno
y temen que él lo rechace.
Es, evidentemente, un hombre
cuyas cualidades están intactas
y cuya Virtud no se exterioriza».

«¿Qué entiendes por cualidades intactas?».

Y Confucio contestó:
«Muerte y vida, conservación y destrucción,
destreza y éxito, miseria y riqueza,
excelencia y mediocridad, calumnia y apología,
hambre y sed, frío y calor,
son las mutaciones de las cosas:
el Decreto en acción.
Un alternancia que opera día y noche ante nosotros,
y de la que nadie puede sondear su fuente.
Sin embargo, no altera nuestra paz,
ni entra en nuestra Mágica Morada.
Hacer que la armonía y el goce circulen
sin que la dicha se pierda,
que entre la noche y el día
no haya ningún intersticio,
florecer con los seres y las cosas,
seguir con el corazón la continuidad del tiernpo:
esto es lo que yo llamo cualidades intactas».

«¿Y qué significa Virtud no exteriorizada?»
- le preguntó el duque Ai.
«Agua inmóvil o calma perfecta.
En su interior se protege.
En su exterior nada mueve.
Eso podría servir como ejemplo.
La Virtud es cultivar la armonía.
En la Virtud que no se exterioriza
los seres y las cosas se conservan
sin disgregarse».

Otro día, el duque Ai le contó a Min Zi:
«Al principio, sentado en mi trono cara al sur,
yo gobernaba y controlaba el Estado,
temeroso por la muerte de mi pueblo.
Yo me creía un hombre perfecto.
Ahora, después de oír las razones de un Hombre Supremo,
temo haberme equivocado;
he sido negligente con mi propia persona,
y he arruinado a mi pueblo.
Confucio y yo no somos señor y súbdito,
sino amigos en la Virtud, eso es todo».


V

Un cojo, encorvado y sin labios
era el consejero del duque Ling de Wei.
Este último tan entusiasmado estaba con él,
que le parecía que los hombres bien formados
tenían un cuello demasiado largo.

Un hombre con bocio en forma de jarra
era el consejero del duque Huan de Qi.
Este último tan entusiasmado estaba con él,
que le parecía que los hombres bien formados
tenían un cuello demasiado corto.

Así, cuando la Virtud es grande,
el cuerpo se olvida.
Los hombres que no olvidan lo que se ha olvidado,
y olvidan lo que no se ha olvidado,
están en el olvido verdadero.
Así el Santo se recrea.
Para él, el saber es una maldición,
los pactos son cola de pegar,
los favores, una corrupción,
la habilidad, un simple comercio.
El Santo ¿para qué quiere el saber
si no tiene proyectos?,
¿para qué la cola de pegar si él nada ha separado?,
¿para qué poseer si nada ha perdido?,
¿para qué comerciar si nada codicia?
Todo esto son Dones del Cielo.
Los Dones el Cielo son alimento.
El que está nutrido por el Cielo
¿qué necesidad tiene de los hombres?
Posee la forma de los hombres,
pero no sus pasiones.
Posee la forma de los hombres
y por eso se mezcla entre ellos.
No posee las pasiones de los hombres
y por eso lo falso, lo verdadero,
nada significan para él.
¡Qué pequeño como hombre!
¡Qué grande, libre,
realizando en él su propio Cielo!


VI

Hui Zi preguntó a Zhuang Zi:
«¿Puede haber un hombre sin pasiones?».
«Sí» - dijo Zhuang Zi.

«Pero un ser así, ¿cómo puede llamarse hombre? ».

Zhuang Zi contestó:
«El Tao le dio su aspecto. El Cielo le dio su cuerpo.
¿Por qué entonces no llamarlo hombre? ».

«Si tú le llamas hombre,
¿por qué carece de las pasiones humanas?».

«Lo verdadero o lo falso - dijo Zhuang Zi -,
Esto es lo que yo entiendo por pasiones humanas.
El que no es empujado por el amor o el odio,
El que sigue con constancia su naturaleza
Y nada añade a la vida,
Es un hombre sin pasiones humanas».

«Si no añade nada a la vida - preguntó Hui Zi -
¿cómo puede existir en tanto que hombre? ».

«El Tao le dio su aspecto
El Cielo le dio su cuerpo.
No es empujado por el amor ni el odio.
En cuanto a ti, dispersas tu espíritu
Y malgastas tu esencia vital.
Apoyado sobre un árbol, desatinas.
Inclinado sobre una mesa, te adormeces.
El Cielo te ha dado un cuerpo
Y tú sólo especulas sobre "lo blanco y lo duro"».


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